El tenis en Tokio 2020, al igual que en otras ediciones olímpicas, permitea los recientes medallistas saborear una conquista sin igual
Acabó la competición de tenis en los Juegos Olímpicos y, como ocurre con frecuencia en la Copa Davis, jugadores que no suelen llegar a finales de Masters 1000 o Grand Slams lograron colgarse medallas de un infinito valor, además de ocupar portadas y recibir los merecidos vítores en sus respectivos países.
Al sonar sus himnos nacionales, al defender sus banderas (es una competición que no otorga ni puntos ni dinero), crecen exponencialmente y atesoran durante unos días unos quilates de competitividad y seguridad en sí mismos que pocas veces logran en el resto del curso tenístico. Es el caso del español Carreño, de los rusos Khachanov, Rublev y Karatsev y de los siempre aguerridos croatas Dodig y Cilic. Todos vuelven a casa con una sonrisa.
Capítulo aparte merecen las historias protagonizadas por Zverev y Djokovic. El alemán vuelve a tocar un techo con su medalla de oro. Ya se hizo con el Masters en 2018. Ya conquistó hasta cuatro Masters 1000. Pero la pregunta vuelve a ser la misma. ¿Se asentará? ¿Logrará pronto finales y títulos de Grand Slam? ¿O, en cambio, seguirá alternando grandes actuaciones con grandes decepciones?
En el caso del número uno puede haber diferentes análisis pero sí que existe una certeza. No es normal ver a Djokovic perder dos semifinales (individual y dobles mixtos) y la lucha definitiva por una medalla (la de bronce que perdió frente a un enorme Carreño) en menos de 48 horas.
Siendo como es el serbio un jugador que no se arruga precisamente defendiendo los colores de su país. Y perdiendo frente a jugadores con los que hacía mucho tiempo que no perdía. No, no es normal.
Al igual que ocurrió con Massú, Rosset, Arrese, Mecir, González o Paes en otras citas olímpicas, ahora les toca a los recientes medallistas saborear una conquista sin igual. Acabar de disfrutar de otras disciplinas en esas gradas tan vacías y regresar a sus países como conquistadores de una gloria, la olímpica, tan diferente a los otros torneos en los que compiten.
Porque durante unos días se sintieron parte de una familia de la que, como si fuera el final de uno de esos campamentos en los que tanto disfrutan los más pequeños, cuesta despedirse. Y mucho más olvidar lo vivido.