Mientras Tokio puede ser una oportunidad histórica para Djokovic, el tenis en los Juegos Olímpicos ha ofrecido ocho ediciones continuas de emociones con medallas que sabían a Grand Slams
Arrancan los Juegos Olímpicos de Tokio y, por novena ocasión consecutiva, el tenis tendrá un lugar entre los deportes oficiales y contará con un buen puñado de las mejores estrellas del planeta tenístico. Uno podría lamentarse por las ausencias pero una competición con Djokovic, Medvedev o Tsitsipas en liza aguarda suficientes alicientes como para disfrutar de una cita que siempre es mágica para los deportistas que la disputan. Especialmente lo será para Djokovic, a un paso de igualar el palmarés logrado por Rafa Nadal, que logró el oro en China en 2008.
Y es que si uno echa la vista atrás puede rememorar grandes gestas protagonizadas por jugadores que, como en el caso de la Copa Davis, se convierten por unos días en los héroes de sus países. Quizás pasen más o menos desapercibidos en el curso de la competición ordinaria pero, durante unos días, es como si al enfundarse los colores de sus naciones creciesen. Como si encontrasen golpes y líneas inolvidables. Como si se convirtiesen en unos gladiadores que, esta vez sí, van a morir en la pista por un botín inigualable de oro, plata o bronce. Porque el aroma de los cinco aros también ha envuelto a tenistas y partidos inolvidables.
Es el caso de Mecir, Rosset, Paes o Massú, que besaron sus medallas en diferentes Juegos Olímpicos donde, por ejemplo, nunca se hicieron con el apreciado oro –al menos en individuales- Sampras, Federer, Becker, Edberg, Kuerten, Courier o el citado Djokovic.
El tenis y sus ediciones olímpicas
En Seúl’88 la gloria fue para el eslovaco Mecir, una edición que vio cómo el siempre elegante Edberg lograba el bronce. Curiosamente ambos jugadores consiguieron para sus países también el bronce en la competición de dobles, modalidad que vería cómo Emilio Sánchez Vicario y Sergio Casal, una de las mejores duplas españolas de toda la historia, se alzaban con la plata olímpica.
En Barcelona’92 fue Ivanisevic el que se alzó con dos medallas de bronce en una ciudad que estaba llamada para que algún español se llevase el oro sobre tierra batida. Y a punto estuvo de ocurrir pero Jordi Arrese, en una final agónica e inolvidable, se inclinó finalmente ante el suizo Marc Rosset.
Cuatro años más tarde, y esta vez en Atlanta, Agassi lograba ser profeta en su tierra al colgarse el oro, mientras que en Sidney era Kafelnikov quien se imponía en una de esas finales inéditas a Tommy Haas. En tierras australianas y en dobles algunos de los laureados fueron Nestor, Woodbridge, Woodforde o los españoles Albert Costa y Àlex Corretja.
En Atenas’04 el gran protagonista fue sin duda Nicolas Massú. Por una parte se hizo con el oro en individuales tras cinco sets en una modalidad en la que Fernando González fue bronce tras vencer en su última manga por 16-14. Pero no tuvieron suficiente porque ambos tenistas chilenos, en dobles, jugaron juntos y ganaron el oro, para lo que tuvieron que doblegar a los hermanos Bryan, a los croatas Ancic y Ljubicic y a los alemanes Kiefer y Shüttler, esta vez en cinco mangas, para poner un enorme participación llena de emociones… y calambres.
En Pekín’08 Federer se tuvo que conformar con el oro en dobles. En individuales quizás lo más memorable fue el pase a la final por parte de Rafa Nadal, que tuvo que salvar un smash de Djokovic en una jugada en la que a Nadal ni se le veía en la televisión de lo lejos que estaba de las líneas. Pero ganó aquel punto y la final frente al chileno González.
Murray hizo como Agassi y ganó ante los suyos en Londres’12 volviendo a dejar a Federer con la miel en los labios y también se hizo con el oro en Río cuatro años más tarde ante un Del Potro desfallecido tras un interminable encuentro de semifinales frente a Nadal. El español, eso sí, se hizo con el oro en dobles junto a su buen amigo y gran doblista Marc López.
Buenos recuerdos. Grandes partidos. Medallas que sabían a Grand Slam y jugadas que se quedarán en la retina porque, una vez que arranca un partido de tenis, uno nunca sabe a qué hora acabará. Si el aspecto mental pesará sobre el favorito. O si lloverá o se hará de noche. Son las sorpresas propias de una disciplina que los mejores aficionados volverán a disfrutar aunque sea a través de la televisión por culpa de la pandemia. Un virus que, seguro, no doblegará a la inolvidable épica del tenis.