Todos coinciden. Mejor matar y rematar a Djokovic. Si no lo haces… corres el riesgo de que se levante. Y lo hizo en París. Porque es el número uno. Porque tiene tenis de sobra. Y porque a Tsitsipas se le atragantó la segunda parte de la final… esa en la que debía acabar de firmar un preciso y precioso despliegue de buen tenis, fresco y ágil.
Djokovic se ha coronado en Roland Garros por segunda vez tras darle la vuelta a un encuentro que fue perdiendo durante más de dos horas. Se le veía errático. Malhumorado. Como si vencer a Nadal en semifinales ya hubiera sido el hito más importante del torneo. Como si pudiera pasarle lo mismo que en 2015, cuando todos le daban por favorito ante Wawrinka y no, no ganó. Pero una tercera manga, un buen comienzo y una molestias en la espalda del tenista griego le dieron la vuelta a la moneda y el serbio puso el resto.
No es la primera vez que pasa en un torneo. O en cualquier otra disciplina. Que un partido de semifinales deja mejor sabor de boca que una gran final. Pero aún así muchos espectadores recordarán esta final como ese encuentro en el que el revés a una mano de Tsitsipas, acompañado de su camiseta manchada de polvo de ladrillo, parecía una de esas notas musicales que sólo ejecutan los talentosos (curiosamente no se cambió la camiseta durante los dos primeros sets).
Como el encuentro que arrancó con un tie-break que obligó a los dos gladiadores a jugar en el alambre, como exigía la ocasión. O como la final al sol en la que Djokovic se acercó aún más a los números de Nadal y Federer. A los números, porque si hablamos de otras cuestiones, como dice el acertado periodista de La Vanguardia, Sergio Heredia, ahí Djokovic… sigue sin nada que hacer: “El mundo se sigue dividiendo entre federianos y nadalianos, Djokovic siempre juega fuera de casa”.
El tenista serbio tiene una oportunidad de oro para subirse al cajón del olimpo de esos números si gana en Wimbledon el próximo once de julio. Aunque no haya arrollado en la final parisina, ha demostrado que atesora golpes y gasolina como para acelerar cuando nadie apuesta que pueda lograrlo. Y a Tsitsipas le aguardan muchísimas más finales. Muchísimas tardes que acabarán más felices que la de hoy. En las que no tendrá que ocultar su cara con una toalla porque sonreirá tras haber vencido. Cuestión de tiempo.