El asturiano aún no convence a buena parte de los aficionados españoles, pero tampoco lo habría conseguido si ganaba el Grupo E de Qatar. Sin embargo, el recuerdo colectivo de aquella injusticia en Estados Unidos 94 podría recomponer aquella herida en esta fase final de la Copa del Mundo.
Después de lograr ser una de las cuatro semifinalistas en la última Eurocopa, el listón para la selección de España estaba alto (y seguirá estándolo), por lo que nadie hubiera aceptado una eliminación a las primeras de cambio. Había que llegar a octavos. Y a cuartos. Como mínimo. El consuelo de una Alemania eliminada o una Italia ni clasificada para este Mundial no deja de ser eso, un mero consuelo. Así que Luis Enrique parece haber logrado superar el primer escollo con el que casi nadie hubiera contado con tropezar.
Lo curioso es que, superando la fase de grupos sufriendo como lo hizo o aunque lo hubiera hecho de manera holgada, Luis Enrique sigue sin convencer a una buena parte de los aficionados españoles. Tener que emular a los campeones Del Bosque o Aragonés no ayuda. Un pasado madridista y barcelonista mucho menos. Y un carácter en ocasiones agresivo o visceral, avinagrado o bunkerizado con el tiempo (decidió que la prensa que cubre al Barça no viajase junto al equipo), han hecho de él una figura poco mesurada y casi nada conciliadora. Atesora un carácter, una manera de entender y de elegir jugadores y jugadas, unos principios. Y no los va a cambiar, como haría Groucho Marx.
Pero el semblante de todo aficionado español cambia si recuerda a aquel Luis Enrique ensangrentado frente a Italia en el Mundial de 1994. Es ahí donde el ex jugador asturiano sí que logra un apoyo unánime. Nadie olvida aquella injusticia. Aquella derrota sin que se pitara absolutamente nada cuando se decidía todo. Yo recuerdo saltar de rabia en un sofá junto a cuatro o cinco amigos. No podíamos creerlo. En una de esas lúcidas tardes de verano, España caía otra vez en cuartos de final, pero esta vez un viejo televisor nos mostraba que lo hacíamos amargamente. Porque todos vimos aquel codazo. Y todos lloramos, de pura impotencia, viendo cómo corría la sangre por la nariz y el cuello de Luis Enrique. Cómo olvidarlo.
En cualquier caso llegan las rondas finales para España y ya no hay margen para segundas oportunidades. La ofensiva Marruecos espera como primer plato. Veremos si a las maneras de Luis Enrique le acompañan los buenos resultados y los goles de Morata, Olmo o Torres hacen olvidar las polémicas en torno a su controvertida figura como seleccionador. O, lo que es más difícil, si logran convencer a los más escépticos que nunca han creído en alguien que, no olvidemos, sabe lo que es levantar varias ligas y una Champions desde el banquillo. Será el momento, entonces, de pensar que aquella nariz rota, por fin, ha sido curada del todo.
